Alma-Negra.

Antonio de Trueba


I.

En el centro de las Encartaciones de Vizcaya hay una cordillera que, arrancando del valle de Somorrostro, se dirige hácia el Mediodía, y tocando en la ribera izquierda del Cadagua, se encorva, inclinándose al Oeste sus dos extremos, como para formar amoroso regazo á los concejos de Galdames y Sopuerta, y despues de habérsele formado, se desvanece y muere al tocar en el consistorio foral encartado de Avellaneda, al Sur del segundo de los susodichos concejos.

El arranque de esta cordillera, que lleva el nombre de Triano, y en estos últimos años se va cubriendo de una gran poblacion minera, en que reina maravillosa actividad, es aquel que nombró el naturalista Plinio cuando dijo que en la parte marítima de Cantabria, bañada por el Océano, habia un monte quebrado y alto, tan abundante de hierro, que todo él era de esta materia.

En la cima central de la cordillera, ó sea entre Galdames y Baracaldo, hay una gran hoyada, que lleva el nombre de Escachabelza, equivalente á Espino-negro. Este nombre procede de un espino negro, de forma piramidal, que se alza en el fondo de la hoyada, y precisamente junto á la boca de una sima, por donde se sumen todas las aguas de las cercanas vertientes, que, á no ser por aquella sima, formarian allí un extenso y profundo lago, pues no tienen salida por otra parte.

Las aguas que se sumen por la sima de Escachabelza van á salir por la gran cueva horizontal de Urallaga, en la vertiente de Galdames, ó sea del Oeste.

Aquella cueva es una verdadera maravilla, y mirada desde las montañas opuestas, es decir, desde las del oeste de Sopuerta, cuyo concejo, con el de Galdames, está encerrado en un anfiteatro de cordilleras, parece un ojo negro y gigantesco que tiene por lágrimas un torrente y por pupila un templo: las lágrimas son las aguas que se sumen por la sima de Escachabelza, y la pupila, la ermita de la Magdalena, erigida, en tiempos de que no se conserva memoria, bajo el titánico arco exterior de la caverna.

La gran maravilla, y áun pudiera decir el gran terror de mi infancia, era la cueva de Urállaga, que yo veia desde la casa paterna, situada en las estribaciones de las montañas fronteras á la cueva.

Tantas misteriosas y maravillosas consejas oí contar cuando niño de aquella cueva, de aquel torrente, de aquella ermita, y hasta de aquella sima de Escachabelza que naturalmente no alcanzaba á ver más que con la imaginacion, que no me atrevia á mirar hácia Urállaga sin estremecerme de espanto.

En las pavorosas consejas de mi infancia sonaba el nombre de un Alma-negra, cuyas abominables acciones correspondian á aquel nombre, y Alma-negra habia concluido por precipitarse desesperado en la sima de Escachabelza. Cuando el torrente crecia y bramaba, al precipitarse por el despeñadero que precede á la caverna de Urállaga, nos decian nuestras madres y nuestras abuelas:

«Mirad y oid cómo llora y brama Alma-negra por haber sido malo y estar condenado á vivir eternamente en las horribles tinieblas de Escachabelza y Urállaga!»

Cuando dejé la tierra nativa, por todos los tesoros del mundo no hubiera yo subido solo á Urállaga, y mucho ménos me hubiera acercado á la cueva de la Magdalena ni á la sima de Escachabelza; pero cuando volví á la misma tierra, ya hombre maduro y habituado á farolear presumiendo de filósofo y despreocupado, uno de mis mayores deseos fué subir solo á aquellas alturas y acercarme á aquellos oscuros y misteriosos antros, para ver si en el hombre con ínfulas de pensador ilustrado ejercian aún algun dominio los terrores y las supersticiones de la candorosa é ignorante infancia.

Hay á la banda opuesta de Galdames, ó sea en la vertiente de Baracaldo, un vallecito de una legua de extension, y tan estrecho, que los muchachos apedrean desde el comienzo de la ladera de la derecha los nogales del comienzo de la ladera de la izquierda, y vice-versa.

Aquel vallecito es un verdadero paraíso, particularmente en primavera y verano. Si Dios me diera, ademas de una Eva como yo me la imagino, algo más que la sombra y la fruta de un manzano, ¡con qué gusto pasaria allí el resto de la vida el que, como yo, se contenta con tener


en la estantería, libros;
en el alacena, pan;
en el hogar propio, amor,
y en el ajeno, amistad!


Llámase aquel vallecito el Regato, corrupcion de Errecátu, que equivale á riachuelo, y todo su fondo, que recorre un riachuelo bullicioso y claro, está salpicado de caserías, de molinos, de ruinas de ferrerías y de huertecillos donde los guindos, los cerezos, los melocotoneros, los ciroleros, los manzanos, los perales, los nísperos, y otras cien clases de frutales, forman deliciosos bosquecillos que producen los más regalados frutos.

Era por el mes de Diciembre, y unos amigos mios, tan aficionados á pescar truchas como yo á comerlas, me invitaron á que los acompañase al Regato, adonde iban de pesca, prometiéndome que iba á comer las truchas más sabrosas que habia comido en mi vida. Acepté la invitacion, y ántes de mediodia estábamos en el Regato.

¿Qué iba yo á hacer mientras las truchas no estuviesen comibles? ¡Oh! Llevo yo siempre conmigo una compañera tan divertida, que no consiente nunca que me aburra. Bendita sea, aunque más de cuatro veces, como ¡es un poco loca, me da malos ratos!

El dia era templado y apacible, aunque triste; pues el sol no se habia dignado asomar aquella mañana por las cumbres del Bizcárgui.

—Me voy―dije á mis compañeros-á saludar á mis queridos galdameses y soportanos desde las cumbres de Urállaga, mientras pescais siquiera una docena de truchas y las pone bien doraditas la molinera de Arangúren.

Así diciendo, seguí vallecito arriba, y al llegar á la barriada de Urcullu, que es la última, fortalecióme Mari-Cruz con una jarrilla del doradito é inocente de su viña, y emprendí la cuesta, que recuerda, en lo penosa, ésta de la vida en que reventamos los que en España vamos cargados con una pluma.

La verdad es que lo que me llevaba á la altura no eran tanto los galdameses y los soportanos como la curiosidad de averiguar si en mí quedaba algo de las supersticiones de la infancia, despues de haber pasado veinticinco ó treinta años echándola de filósofo y hombre despreocupado.

Me acercaba ya á la cumbre del monte, y por más que procuraba apartar de mi memoria aquellas pavorosas historias de la cueva de la Magdalena y de la sima de Escachabelza, que me habian contado en mi niñez mostrándome aquel ojo gigantesco y negro, que parecia mirarnos amenazadoramente en las montañas fronteras, no lo podia conseguir, ni podia conseguir tampoco que mi despreocupacion y mi filosofia me hicieran sonreir de aquellas historias.

Al fin di vista á la hoyada de Escachabelza, y no pude reprimir un estremecimiento de espanto, á que sin duda contribuyó no poco el espino negro que se alzaba junto á la sima, y parecia un sombrío fantasma en aque lla callada soledad, donde no habia árbol ni arbusto alguno más que él y el raquítico brezo mezclado de argoma que cubria el suelo en toda la extension de la hoyada.

Poco ántes de descubrir ésta, habia yo encontrado un rebaño de ovejas que bajaban hácia el Regato, como encaminadas en aquella direccion desde la altura, y habia pensado si serian las de Mari-Cruz, que, preguntándole por sus chicos, me habia contestado:

—Al monte han subido á echar hácia abajo las ovejas; porque son tan miedosos, que en acercándose la noche no hay quien los haga subir por ellas á la alta.

Estaba yo contemplando el espino negro, que, desprovisto ya de hoja, parecia, como he dicho, un negro fantasma, cuando oí conversacion de muchachos detras de una lomita que se alzaba no léjos de mí, y un momento despues vi aparecer á uno de ellos en la loma.

El muchacho dirigió la vista al fondo de la hondonada, y exclamando con espanto: «¡Alma-negra!» desapareció, y durante unos instantes oi sus pasos y los de sus compañeros, que corrian monte abajo, como si álguien los persiguiera.

Lo sombrío de la tarde, la soledad, el espanto de los muchachos, aquella especie de fantasma negra que se erguia junto á la sima, la boca de la sima, que negreaba junto al espino, y sobre todo, las consejas que negreaban en mi memoria, me quitaron todo ánimo para pasar más adelante.

Subiendo, subiendo á la loma donde el muchacho habia aparecido, descubrí allá, en las estribaciones de las montañas del Oeste, la casa paterna, que blanqueaba entre los castaños y los nogales, ya desnudos de hoja, y me pareció que el viento que de hácia allí llegaba era portador de una voz que me decia: «¡Hijo mio, no te acerques á la sima de Escachabelza ni á la caverna de Urállaga, que allí brama y llora de rabia y desesperacion Alma-negra!»

Sobrecogido de terror con estas imaginaciones, determiné volver inmediatamente atras, y emprendí la bajada al Regato, y bajé, sobresaltándome con frecuencia ruidode pasos que me parecia oir tras de mí, como si Alma-negra me siguiera.

Mis compañeros me esperaban ya bajo los nogales de Aranguren, con una gran fuente de truchas, por ellos pescadas, y por la molinera fritas.

Cuando despues de comer alegremente llegó la de vámonos, indiqué á mis compañeros mi intencion de quedarme en el Regato aquella noche, pretextando, para quedarme, mi deseo de volver á Urcullu, con objeto de examinar despacio ciertos papeles antiguos y curiosos que Mari-Cruz poseia.

En efecto, aquella noche pernocté en Urcullu y empleé la velada, no en examinar papeles, sino en examinar á viejos, y mozos, y niños, para averiguar quién fué y qué hizo Alma-negra, cuya naturaleza regateña me era ya conocida desde la niñez; pues mi madre, que era galdamesa amantísima de su lugar nativo, tenía buen cuidado de advertirme, siempre que hablaba de Alma-negra, que Galdames, lugar por excelencia solariego, segun el testimonio del cronista Lopez García de Salazar, no habia visto ponerse rojos de vergüenza á sus blancos anales narrándose en ellos que le pertenecia la paternidad de Alma-negra.

Con las pocas noticias que yo tenía de este hombre tristemente excepcional, y más excepcional aún en la tierra en que nació, las que en Urcullu adquirí aquella noche, y las que en las demas barriadas del Regato adquirí la mañana siguiente, adquirí suficiente luz para dar en los protocolos de las escribanías con las que me faltaban para completar la historia de Alma-negra, que hoy reduzco á sumarísimo compendio, á fin de que quepa en este libro.

II.

Ya he dicho que el Regato es uno de los vallecillos más hermosos del litoral cantábrico, donde los hay paradisiacos. Sin embargo de esto, el héroe de esta historia opinó todo lo contrario desde que tuvo, ó mejor dicho, debió tener uso de razon.

Sus padres eran caseros (dueños de casa propia) algo acomodados, y no tenian más hijos que Roque. Su casa era de las más antiguas y honradas de la república de Baracaldo, y el sueño dorado de los dueños de aquella casa era acrecentarla y devolverle la relativa opulencia que antiguamente habia tenido.

La fuente en que he bebido más curiosas noticias pa ra conocer la historia y las costumbres domésticas de nuestras provincias del Norte en los siglos XV, XVI y XVII, son los protocolos de las escribanías, los testamentos, las fundaciones de vínculos, las escrituras de venta, los inventarios de bienes, los procesos criminales, etc.: son mina muy rica, que apénas les habia ocurrido explotar á los que aquí me habian precedido en ciertas investigaciones.

En uno de estos protocolos encontré noticias muy curiosas de los antecesores de Alma-negra, que llevaban el apellido antonomásico del Regato, aunque su casa solar tenía el nombre de Urdangujeta, para diferenciarse de otras cuando dejó de ser la única importante de aquella barriada.

Ya á mediados del siglo XVI habia venido á tal decadencia por contratiempos y desgracias inmerecidas, que su señor Ochoa, Lopez del Regato, incluyó en su testamento esta cláusula ó recomendacion:

«Item: Encargo muy de véras á mis sucesores, que en lo humano pongan su mayor conato en restaurar y acrecentar el lustre y riqueza de nuestro honrado solar, que desde las últimas guerras de bandería entre oñecinos y gamboinos, á que felizmente pusieron fin y cabo los señores reyes Católicos D. Fernando y doña Isabel, ha venido decayendo y mermando en tal extremo, que yo mismo, con harto dolor mio, y para pagar deudas contraidas por mis padres, que Dios hayan, vendí años atras á Pedro de Salazar, cuando formaba vínculo en Galindo, la ferrería y molinos de Urdangujeta, y arbolares muy buenos, quedando mis bienes reducidos al solar, con sus tierras y arbolares adyacentes, que con harto trabajo logré conservar. Cosa poca son estos bienes, y más si se atiende á que áun no hace cien años las rentas ánuas del solar pasaban de mil ducados; mas ruego y encargo á los mis sucesores que procuren restaurar y acrecentar nuestra honrada casa, y hagan á los suyos el ruego y encargo que yo les hago en esta mi postrera voluntad; y si así no lo hiciere alguno de ellos, la mi maldicion le caiga, y con la hacienda que más cobdicie pierda vida y ánima.»

El ruego y encargo del buen Ochoa se habia venido repitiendo como última voluntad de los poseedores del solar del Regato. Los padres del que primero se llamó Roque, despues D. Roque, y por último, Alma-negra, tenian gran ánsia de corresponder á aquel ruego y encargo, y habian hecho lo posible por alcanzarlo; pero.si bien su casa y hacienda habian mejorado y prosperado en sus manos, áun estaba muy lejos de alcanzar aquella prosperidad que Ochoa conmemoraba con admiracion not infundada, pues mil ducados de renta anual, áun en el siglo XVIII, constituian gran opulencia en Vizcaya, ό mejor dicho, en España.

Era tan entrañable el amor que los caseros de Urdangujeta tenian á su noble solar, y al rinconcito donde habian nacido, y vivian, y querian morir, que ni por el pensamiento les habia pasado nunca la idea de que hubiera en el mundo rincon más hermoso que aquél, ni casa donde pudieran vivir con más honra que en aquélla.

Júzguese cuánto sería su dolor cuando fueron observando que su único hijo y sucesor cada vez mostraba más despego á la casa y al valle, y cada vez mostraba mayor deseo de ir: «por ahí afuera», frase que en Vizcaya equivale á la de ir á América, así como la de «ir por ahí arriba» equivale á la de ir al interior de la Península.

Viendo que en el muchacho, conforme aumentaba la edad, aumentaban aquel despego y aquel deseo, consultaron á personas prudentes y de luces lo que habia de hacer, y el resultado fué venir á este raciocinio:

«Dicen todos los que han estado por ahí afuera que hasta el más descastado toma cariño á su tierra y su familia cuando está léjos de ellas; y por otra parte, todos los dias están viniendo indianos que encuentran casi caida la casa donde nacieron, y la convierten en palacio. Este pícaro de muchacho se empeña en que ha de ir por ahí afuera, y quizá tenga razon en empeñarse, pues aquí, si se queda, es lo probable que le suceda lo que á nosotros, que casi nada hemos podido hacer para mejorar la casa y la hacienda, por más que nos hemos matado á trabajar, deseosos de cumplir el encargo que nos hicieron los antepasados. Lo mejor será complacer á Roque, enviándole por ahí afuera. Si para costear el viaje tenemos que sacrificar la media docena de onzas de oro que vamos ahorrando con la mira de comprar la ferrería y el molino arruinados que hay más abajo de nuestra casa, y pertenecieron antiguamente á ella, para que, ya que no podamos nosotros reedificar molino y ferrería, tenga alguno de nuestros sucesores andado la mitad del camino para ello, Dios le dará fortuna al chico, y tendrémos la satisfaccion de no morir sin ver que en nuestro tiempo se ha cumplido el deseo de nuestros antepasados, de que la casa del Regato tenga en sus inmediaciones, como en sus buenos tiempos, una ferrería que labre y un molino que muela.»

Roque, que nunca se mostraba expansivo con nadie, inclusos sus padres, porque el grado de congelacion parecia ser el temple constante y natural de su corazon, abandonó por primera vez aquella frialdad, cuando sus padres le dijeron que estaban decididos á complacerle enviándole á América, y hasta les prometió dedicar el primer dinero que ganase á reponer y aumentar los ahorrillos destinados á la recuperacion del solar de la ferrería y el molino vendidos por su tatarabuelo Ochoa para honrar la memoria paterna.

Roque se embarcó para la isla de Cuba, en un buque fondeado en Olabeaga. Sus padres, que le habian acompañado hasta el fondeadero, siguieron llorando la marcha del buque, hasta que éste desapareció de su vista Zorrozaurre abajo, y en seguida subieron á Begoña, á pedir á la Vírgen que intercediera con su Divino Hijo Jesus para que Roque atravesase con bien los mares, y luego sintiese en su corazon el amor á la casa paterna y á la tierra nativa, que no habia logrado arrancar una lágrima á sus ojos al alejarse de ambas.

Pasaron meses y áun pasaron años, y los padres de Roque se iban convenciendo de que el corazon de su hijo era poco ménos que estéril para el amor á la patria y la familia; pero áun esperaban, porque la esperanza necesita golpes muy rudos para morir en las almas buenas, y sobre todo, si estas almas son las de un padre y una madre que la fundan en un hijo.

Un dia supieron que habia quien proyectaba la compra del solar de la ferrería y el molino de Urdangujeta, para establecer allí una tenería ó fábrica de curtidos, como decimos ahora. Esta noticia les causó profundo pesar, entre otras razones, porque de realizarse aquel proyecto, desaparecia toda esperanza de ver realizado su sueño dorado de recobrar lo que vendió Ochoa Lopez del Regato para pagar deudas sacratísimas.

Ni Roque les habia mandado dinero alguno, ni ellos se le habian pedido, á pesar de haber pasado algunos años desde que se ausentó y de haberles escrito él para tener una ocasion más de mortificarlos en su patriotismo: «En nada de tiempo he ganado aquí más dinero que vale toda esa maldita tierra, á la que debieran pegarle fuego de cabo á rabo y sembrarla de sal.»

En el conflicto de carecer de medios para anticiparse á comprar el solar de la ferrería y el molino de Urdangujeta, con sus derechos y pertenencias, y ver que otro les iba á adquirir para crear sobre él un interes que centuplicaria su valor, escribieron á Roque diciéndole lo que pasaba y exhortándole á que les proporcionase medios de anticiparse á la compra de aquel solar, y hasta recordándole la terrible maldicion lanzada por Ochoa á aquel de sus sucesores que fuese contra su encarecido ruego y encargo.

La contestacion de Roque fué una brutal carta, cuyo resúmen era éste:

«Sería yo tan simple como VV. si gastára un cuarto en comprar ó recuperar en esas breñas, que sólo para ganado son buenas. Léjos de acceder á lo que VV. me dicen, les aconsejo que vendan á cualquier precio la casa y la hacienda y cuanto tengan en ese paraíso de cabras, y se vayan á vivir... cuanto más léjos mejor; pues, como dijo Cristo ó no sé quién, nadie es profeta en su patria. Si así no lo hacen VV., les advierto que cuando yo lo herede, me he de divertir en pegarle fuego con esos papelotes que con tanto esmero guardan VV. so pretexto de que en ellos está la historia de nuestro linaje desde los tiempo de Mari-Castaña. Ustedes creerán en todas las tonterías y supersticiones que les dé la gana, pero yo creo que cada uno es hijo de sus obras, y por consiguiente, que la humanidad no tiene padres, y mucho menos abuelos. En cuanto á la maldicion de mi tatarabuelo que VV. me recuerdan, como pidiéndome la bolsa ó la vida, me la paso por debajo de la pata, y... andando.»

Cuando los padres de Roque recibieron esta brutal carta, lo primero que hicieron fué llorar sin consuelo; despues, la tristeza y el malestar sucedieron á las lágrimas, y ántes de un año, en que envejecieron veinte, bajaron ambos á descansar bajo las frias losas de la iglesia de San Vicente de Baracaldo.

III.

Por más que D. Roque se afanaba por enriquecerse en la isla de Cuba, su capital estaba léjos de llegar al nivel de sus ambiciones.

Como la codicia rompe el saco, y el que mucho abarca poco aprieta, sus negocios le salian mal de tanto como se obstinaba en que le salieran bien. Vaya un ejemplo de ello habia empleado todo su capital en comprar un rebaño de esclavos negros, que destinaba á determinados trabajos agrícolas, que tomaba á su cargo por contrata y dirigia por sí mismo; y queriendo que cada negro trabajára por cuatro y comiera por medio, de tal modo les aumentaba la racion de látigo y les disminuia la racion de par, que casi todos se le fueron muriendo ó escapando, de modo que casi se arruinó.

Entónces dijo casi desesperado:

—Del cuero han de salir las correas.

Y se dedicó al tráfico negrero por excelencia, que nadie ignora cuál es, ó mejor dicho, cual era, pues, para gloria de nuestro tiempo, que, si tiene muchas cosas de que avergonzarse, no tiene ménos de que gloriarse, aquel infame tráfico, maldecido de Dios y de la dignidad humana, casi ha desaparecido en nuestros dias. Primero asociado con otros de tan buenas entrañas como él, y luego, cuando su capital se lo permitió, por cuenta propia, se dedicó á traer de las costas de Gui nea cargamento de inocentes negros de ambos sexos y de todas edades, que vendia en las Antillas, con lo que en pocos años se enriqueció.

Pero el calor del Senegal, que dicen viene á ser el de un horno cuando el pan está á medio cocer, deterioró de tal modo su salud, que el médico le anunció como segura y próxima su muerte si no se apresuraba á tornar al país nativo, que era lo único de que podia esperar la salvacion.

El país que ménos gustaba á D. Roque era, aunque parezca mentira, ¡aquel donde habia nacido, aquel que habia sido el amor de los amores de sus padres, aquel donde los huesos de sus padres descansaban! Esto nos explica el consejo que dió á sus padres de que fueran á vivir cuanto más léjos mejor, y esta pregunta que hizo al médico:

—¿Y no sería lo mismo que fuese á otro país de temperatura parecida á la del mio?

El médico, que conoció de que pié cojeaba, le contestó:

—De ninguna manera. La temperatura más ó ménos alta no es lo único que influye en que el país nativo sea bueno para el restablecimiento y la conservacion de la salud de muchas personas, y V. una de ellas: lo que influye es la armonía que existe en la naturaleza de un país y la de algunos de los que han nacido y se han formado en él. Usted pertenece al número de aquellas personas cuya naturaleza está identificada de tal modo con la del país en que nacieron, que no puede vivir sin ella.

—Pues ya sabe V. que yo he vivido muchos años en país extraño, sin quebranto de mi salud.

—¿Sin quebranto? Ese es un error de usted. La naturaleza de V. era muy fuerte y ha resistido mucho tiempo sin quebranto aparente; pero el quebranto empezó desde el momento en que V. se alejó del país en que habia nacido.

—Pero, señor, ¿cómo puede ser eso, si casualmente no puedo ver ni pintado á semejante país?

—Precisamente ésa es la razon por que no puede usted vivir fuera de él.

—Si lo entiendo, que me fusilen.

—Yo se lo explicaré á V., hombre, yo se lo explicaré á V., sin que le quede asomo de duda. Por lo mismo que la naturaleza moral de V. no ha recibido nada de la naturaleza del país nativo, ha recibido mucho la naturaleza fisica. Vaya V. á su país, y es probable que allí recobre la salud. Si lo consigue, guárdese V. muy bien de exponerse á la recaida, que de seguro recaerá usted y se morirá si vuelve á ausentarse.

Es de advertir que el médico que asistia á D. Roque era amantísimo de su país natal, é indignado de la aversion que D. Roque tenía á la patria, se propuso castigarle haciéndosela tragar con la suposicion de que en ello le iba la vida.

Como D. Roque era profundamente egoista, y la idea de la muerte le horrorizaba desde que habia alcanzado el único objeto de sus ansias, que era medio millon de duros, se resignó á volver á España. Ántes de resignarse, consultó á otros médicos á ver si discrepaban del parecer del que le asistia ordinariamente, y por lo tanto podia ahorrarse el viaje; pero como, valiéndonos de su grosera expresion, los médicos son todos lobos de una misma camada, todos confirmaron la opinion de su colega, por espíritu de compañerismo.

Y como D. Roque era corto de entendimiento, creyó que cuanto más al pié de la letra siguiese el consejo del médico, más pronto recobraria la salud, y no se contentó con volver á España, ni á Vizcaya, ni á las Encartaciones, ni á Baracaldo: volvió al Regato, y hasta se instaló en la casa paterna.

Cuando dirigió la vista á la colina en que se alza la iglesia de San Vicente, á cuya santa sombra descansaban sus padres, no sintió calor ni frio en el corazon; cuando llegó á la fuente de Amezaga, y aplicó sus labios al manantial, y se sentó bajo los robles que daban su sombra á la fuente, fué sencillamente porque tenía sed y estaba cansado, y no porque recordase cuántas veces, de vuelta de la escuela ó de misa, habia bebido en aquella fuente y se habia sentado ó habia diableado bajo aquellos robles.

Cuando se acercó á Urdangujeta, y vió las ruinas del molino y la ferrería que habian poseido y explotado no sé cuantas generacienes de sus antepasados, y por cuya recuperacion habian suspirado las generaciones sucesivas, solo le ocurrió decir:

—Parece mentira que mis padres fuesen tan tontos que suspirasen por gastarse los cuartos en ese monton de piedras y zarzas, muy buenas para nidos de sabandijas.

Cuando se acercó á la casa paterna, lo único que pensó y dijo fué:

—¡Cada vez me parece más fea y miserable esa casa! Y cuando pasó el umbral de la casa, y subió las escaleras, y entró en el cuarto donde él habia nacido y sus padres habian muerto, y se sentó en el escaño donde se habian sentado sus padres y sus abuelos, se contentó con pensar:

Si el olor de la cuadra sería perjudicial á su salud.

Si en aquel cuarto habria pulgas que no le dejasen dormir á gusto.

Si en aquel hogar cocinarian tan bien manos blancas, como en los de Cuba cocinaban manos negras.

Renegando de la aldea y sus moradores, echando pestes contra el clima de su patria, diciendo que, aunque á buen católico no le ganaba nadie en el mundo, le reventaban las prácticas religiosas, porque eran pura invencion de curas y de frailes, absteniéndose de dar limosna á todo pobre que llegaba á su puerta, porque decia que no gustaba de proteger la holganza, calificando de cerriles á sus paisanas, porque le rechazaban con indignacion cuando las miraba «con buenos ojos », como él llamaba á su brutal sistema de enamorar á las mujeres, que consistia en dirigirse á ellas, poniéndose delante de cada ojo una onza de oro y acompañando esta accion con una proposicion desvergonzada; y por último, propalando teorías como la del comunismo de la mujer, que decia debia desamortizarse á fin de que diese á la patria muchos ciudadanos, y no unos pocos como daba en manos muertas, ó sea en poder de un hombre sólo, pasó D. Roque algunos meses en la casa paterna, con tan felices resultados para su averiada salud, que al cabo de aquel tiempo comia como un sabañon, dormia como un liron y roncaba como un marrano.

Entónces se trasladó á Bilbao, diciendo que la aldea era sólo para animales, y allí empezó á asociarse con los indianos.

Es necesario explicar lo que por un indiano se entiende aquí. Este nombre se da generalmente en las provincias del Norte á los hijos del país que de muchachos fueron á América, alcanzaron una fortuna más ó ménos grande y volvieron al país nativo con ánimo pasar el resto de su vida en él, ó pasar sólo una temporada y volver á América á dedicarse á sus negocios, con nuevo aliento para ello, despues de satisfacer su ansia de respirar el aire de la patria y abrazar á la familia y los amigos de la niñez.

Generalmente, estos indianos se establecen en el pueblo nativo, donde dan honrado y fecundo empleo á su fortuna, pero otros van á establecerse en las villas y capitales. Bilbao es la poblacion preferida por mayor número de ellos, pues en ella se avecindan hasta muchos que son naturales de las provincias de Búrgos y Santander y áun de Navarra y Astúrias, y contraen vínculos de amor, de amistad y de interes material, que los confunden completamente con el resto de la poblacion.

Con un grupo de indianos se asoció D. Roque, buscando en ellos maldiciones para la tierra natal; pero los indianos, que en el destierro habian elevado á fanatismo el culto de la patria, le rechazaron como á renegado y blasfemo.

Buscó en seguida á los pocos extraños al país que entónces residian en Bilbao, y se asoció con ellos; pero tambien éstos le rechazaron, indignados de que hubiese quien maldijese de la tierra propia, cuando ellos, si no amaban, respetaban á la tierra extraña.

En Bilbao vivia D. Roque áun más solitario que en la aldea, porque la sociedad, cuanto más culta es, más esquiva el contacto de los de alma y entendimiento groseros. Con aquella soledad coincidió una malísima noticia que recibió D. Roque esta noticia era la de haber quebrado una casa de comercio de la Habana, donde, tentado por la codicia de un tanto por ciento de interes muy superior al que ofrecian todas las demas casas de comercio, habia dejado la mayor parte de su capital.

La desesperacion de D. Roque fué terrible, y si D. Roque no se pegó un tiro, no fué por temor de Dios, porque mil veces se le habia oido decir cuando se hablaba de si el suicidio era pecado ó dejaba de serlo:

—¡Qué pecado, ni qué calabaza! Yo soy tan católico como el primero, pero me revientan esas invenciones de curas y frailes. Si á mí me sale de las narices el levantarme la tapa de los sesos de un pistoletazo, porque mi cuerpo es mio y muy remio, ¿qué tiene que ver Dios con eso?

Y cuando le habian argüido que su cuerpo era de Dios, porque Dios le habia formado, se habia apresurado á replicar:

Sí, Dios y nuestros padres tienen tanto derecho á nuestro cuerpo como el que los vecinos de Bilbao tienen á las hortalizas que se crian en Deusto y Abando con la basura que de Bilbao se lleva á las huertas.

Si D. Roque no se pegó un pistoletazo, fué porque adoraba á un Dios único, que era su persona.

Cuando D. Roque quedó solo y medio arruinado, ni siquiera pensó en volver á aquella tierra donde tan á su gusto se habia encontrado, primero, haciendo crujir el látigo sobre espaldas, negras sí, pero tan hijas de Dios como las espaldas blancas, y despues, comerciando con carne humana en forma más repugnante aún, fué porque ya abominaba á aquella tierra, donde acababan de robarle, como él decia, el fruto de su «honrado sudor» de muchos años.

Viendo D. Roque que la salud que habia recobrado en el Regato se quebrantaba en Bilbao, al Regato determinó volver, y al Regato volvió.

Distrayéndose á su manera, y comiendo y bebiendo como un bruto, volvió á engordar, á dormir y á roncar como en sus mejores tiempos, resignándose algun tanto con la pérdida de la mayor parte de su capital; porque, decia sopesando una gran bolsa de piel de gato que llevaba constantemente en el bolsillo interior del chaqueton:

«¡Áun está gordo el gato!»

La historia de esta bolsa da la medida de los sentimientos de D. Roque.

Cuando éste regresó á la casa paterna, subsistia aún en ella un gato muy hermoso que le dijeron era del tiempo de sus padres y éstos habian querido y mimado mucho, en cuya atencion, unos vecinos que se habian encargado de la casa cuando aquéllos fallecieron, continuaron cuidándole, creyendo que, si regresaba pronto de América, D. Roque habia de experimentar gran consuelo encontrando aquel recuerdo de sus padres.

El gato, que era manso y zalamero hasta para con los desconocidos, no podia ver á D. Roque sin erizársele el pelo, encorvar el lomo, encandilársele los ojos y bufar amenazadoramente, como si quisiera tirarse á él. Fuese por esto, ó fuese porque su piel era lustrosa y caprichosamente pintada de blanco y negro, D. Roque determinó matar el gato para hacer con su piel una bolsa, y, en efecto, le mató, haciendo que se ahorcára en un lazo de alambre que colocó al efecto en la gatera de la puerta por donde el pobre animal entraba y salia, é hizo con su piel una magnífica bolsa.

—Más valiera-le dijeron los vecinos-que le hubiese V. matado de una perdigonada, con lo que el animalito de Dios no hubiera padecido tanto.

—Pero hubiera salido la bolsa agujereada-contestó D. Roque, riendo de la gracia con que habia ahorcado al animalito querido y mimado de su madre.

Cuando D, Roque llevó á cabo aquella hazaña, uno de los vecinos desahogó su indignacion llamando al indiano Alma-negra, y desde entónces data este sobrenombre con que D. Roque del Regato ha inmortalizado su recuerdo en las Encartaciones.

IV.

Don Roque se dedicó á la caza, y en tacos para la escopeta fué gastando los papeles en que estaba la historia de sus honrados predecesores, incluso un excelente árbol genealógico que, empezado á formar algunas generaciones anteriores á la de Ochoa Lopez del Regato, se habia continuado por todos los sucesores hasta los padres de D. Roque; y como los vecinos le reconviniesen por ello, su única respuesta era la que ya un dia habia arrojado á la faz de sus padres: « La humanidad no tiene padres, ni mucho menos abuelos.»

Era entónces, y es aún, gente sencilla y buena la del Regato, pero de malas pulgas cuando se abusa de su sencillez y buena fe. Abundaban allí entónces, y abundan aún, solteras y casadas muy guapas, y D. Roque se dedicó á mirarlas con lo que él llamaba buenos ojos, que, como ya he dicho, consistia en ponerse en cada ojo una onza de oro, acompañando esta accion con una proposicion desvergonzada, y al mismo tiempo continuaba propalando su teoría de la desamortizacion de la mujer que decia no debia continuar en manos muertas.

—Verá V. si son vivas ó muertas nuestras manosle dijeron un dia un casado y un soltero de malas pulgas, que le sorprendieron en la presa de Goróstiza, poniendo coloradas con sus desvergonzadas proposiciones á la mujer del primero y á la novia del segundo, que estaban allí lavando la colada. Y emprendiendo con él á pescozones, le pusieron hecho un Ecce-Homo.

Desde entónces D. Roque buscó otra clase de entretenimientos para matar el tiempo en la soledad del Regato. Soledad le llamo á aquélla, aunque está poblada de trecho en trecho desde Bengolea á Urcullu, porque para los de alma negra, como la de D. Roque, soledad es hasta la ciudad más populosa.

En las altas montañas que dominan al Regato, y particularmente en los peñascales de Ereza, que están en segundo término hacia el Mediodía, abundan las águilas de tan gran tamaño, que en sus garras cogen hasta los corderos y los cabritos de cerca de un año, y con ellos se remontan rápidamente al nivel de las mayores alturas, donde se posan para devorarlos.

Cuando D. Roque andaba de caza por aquellas montañas, su mayor delicia era ver cómo un águila se lanzaba sobre un rebaño de cabras ú ovejas y arrebataba el corderillo á la pobre madre, que balaba tristemente llamándole y buscándole en vano á su alrededor.

Tanto, tanto llegó á enamorarle este espectáculo, que muchas veces compraba á buen precio un cordero ó un cabrito, con la condicion de que el pastor habia de llevar la cabra ó la oveja con su cría á una explanada que habia en lo alto de una peña, y dejarlas allí hasta que bajase un águila y se llevase el cordero ó cabrito.

Don Roque, escondido á corta distancia, esperaba este momento con impaciente avidez, y daba señales de indecible gozo cuando contemplaba el arrebatamiento de la cría por el águila, y sobre todo, cuando contemplaba el aturdimiento y oia los tristes balidos de la madre.

Como D. Roque reservaba para su propia persona toda la suma de amor que negaba á los demas, no se atrevia á recorrer las montañas cuando llegaba el mal tiempo; y como precisamente cuando llegaba el mal tiempo era cuando las águilas estaban más hambrientas, don Roque se desesperaba viéndose entónces privado de uno de los mayores goces de su vida.

Para no privarse de este gusto, ideó un medio que acabó de confirmarle en el Regato el nombre de Alma-negra. Adquirió dos ó tres perras y otras tantas gatas, que pronto llenaron la casa de perritos y gatitos, con los que llamaba á jugar á los niños de la vecindad, y cuando llegaba el invierno, en que las águilas se cernian hambrientas sobre el fondo del valle, buscando allí la presa que no encontraban en las alturas cubiertas de nieve, y por consecuencia, faltas de ganado, llamaba á los niños encariñados con los perritos y los gatitos, y colocando uno de estos últimos en un poyo de mampostería que habia á la puerta de la casa, se proporcionaba uno de sus supremos goces viéndole arrebatar por una águila y viendo á los niños llorar sin consuelo por la pérdida del perrito ó gatito que era el encanto de aquellas inocentes criaturas.

Gente pacífica, indulgente y humilde era toda la del Regato, pero, áun así, habia ido concibiendo tal antipatía á D. Roque, que hasta le repugnaba saludarle cuando se encontraba con él. Ofendido D. Roque de esta antipatía, se propuso hacérsela pagar muy cara á sus convecinos, y pronto envolvió á muchos de ellos en querellas y pleitos, que convirtieron en un infierno aquel valle, que hasta entónces habia sido un paraíso.

Armado de su escopeta, Alma-negra recorria con frecuencia el valle, yendo ó viniendo de caza, ó simplemente por mortificar con su presencia y sus provocaciones á los pobres regateños, que sudaban el quilo en sus heredades para que el fruto de su sudor fuese á engordar á la curia, que apénas conccia hasta que Alma-negra los puso en contacto obligado con ella. Y con frecuencia mediaban entre D. Roque y los regateños diálogos como éste:

—Guarda la bolsa y saluda á la gente, Pepe-Anton.

—El mismo consejo le doy yo á usted.

—Pues pierdes el tiempo dándomele, porque yo no te niego el saludo, ni dejo de guardar la bolsa. Mira si llevo la bolsa bien guardada y bien repleta.

Y así diciendo, D. Roque sacaba del bolsillo interior del chaqueton la bolsa de piel de gato, y enseñándosela á Pepe-Anton, con provocativa vanidad, hacía sonar las onzas de oro que contenia, añadiendo:

—Verás qué arañado vas á salir de este gato.

—Tengo quien me defienda de él.

—¿Y quién es ése?

—La razon.

—La razon está siempre de parte de los gatos de esta casta.

—Lo verémos.

—Ya se ha visto desde que ha habido gatos como éste.

Y D. Roque guardaba su gato en el bolsillo del chaqueton, continuaba valle arriba ó valle abajo, y donde quiera que encontraba á alguno de sus convecinos trababa conversacion análoga, y aunque fuera asido de los cabellos, sacaba á relucir el gato.

La verdad es que arañados del gato iban saliendo todos los pobres regateños que osaban acudir á los tribunales en demanda de amparo de las tropelías de Almanegra.

Un dia se vió á éste de peor talante que nunca, y así continuó una temporada, extrañándose todos de que ya no alardease de invencible con la posesion del gato, ni se insolentase con solteras y casadas, á quienes miraba sin lo que él llamaba buenos ojos.

Era que otra de las casas de comercio de la Habana, donde habia dejado parte de su capital, tambien habia quebrado.

Otro ménos ambicioso que él, áun se hubiera creido bastante rico para pasar el resto de la vida con holgura; porque, áun suponiendo que nada pudiera recobrar del capital que habia dejado en la Habana colocado en el aire, por sacarle un interes de doce por ciento, en lugar de dejarle sólidamente colocado, mediante la mitad de interes, áun le quedaban en Bilbao algunos miles de duros.

En vano intentó alejar su mal humor, ó mejor dicho, su desesperacion, entreteniéndose, así que vino el invierno y comenzaron las águilas hambrientas á cernerse sobre el valle, ofreciendo diariamente á su rapacidad, en el poyo de la puerta, alguno de los gatitos ó perritos de que fecundamente le habian llenado la casa durante el verano y el otoño anteriores, las dos ó tres gatas y otras tantas perras que mantenia para que le proporcionasen el bárbaro placer de aquel espectáculo.

En las principales plazas de comercio con que el de Bilbao tenía relaciones ocurrieron algunas quiebras, y con tal motivo, se concibió el temor de que aquellos siniestros mercantiles se hiciesen extensivos á Bilbao. Entónces D. Roque determinó retirar el capital que le quedaba de las casas de comercio donde lo habia impuesto, para emplearlo en una buena ferrería y un buen molino, ó en caso de no proporcionársele inmediatamente la compra de estas fincas, esconderlo siete estados bajo de tierra.

Como llegase á su noticia que los Salazares de las Ribas de Sopuerta querian vender la ferrería y el molino de Ballibian, montó á caballo, subió á Escachabelza, y por Urallaga descendió á Galdames.

Entre los tristes episodios de su vida que logré reunir, con objeto de formar con ellos un abultado volúmen (de lo que luego he desistido, porque me repugna el oficio de cronista de maldades), hay uno que no debo condenar al silencio y al olvido, puesto que tiene una faz blanca que contrasta con la negra y repugnante que ofrece toda la historia del indigno sucesor de Ochoa Lopez del Regato.

V.

Era á fines de Agosto, y la sequía era tal, que desde el Arenao arriba los molinos sólo molian á represas; molian cuatro horas por cada veinte que empleaban en acopiar agua.

Como en este mundo es muy comun que el mal de unos sea bien para otros, la sequía no alcanzaba á los seis molinos que se cuentan desde el Arenao abajo, y estos molinos monopolizaban casi toda la molienda de aquella comarca, sin necesidad de andar los molineros de casería en casería trayendo y llevando zurrones, pues este servicio lo reservaban para los veceros ordinarios y no para los extraordinarios.

A algunos de estos últimas debian pertenecer un muchacho, como de catorce años, que, trayendo al hombro un zurron que debia pesar tanto como él, bajaba de hácia Galdames, é iba á pasar el puente viejo que está más abajo del molino, y una niña como de dos ó tres años ménos, que llevando en la cabeza tambien su zurroncito, pasaba el puente del rio de Labaluga.

Cuando la niña vió asomar por el puente al galdamés, sonrió con infinita alegría, y cuando el galdamés reparó en la niña, expresó su semblante la misma satisfaccion.

El calor, la carga y la caminata habian encendido y descompuesto de tal modo el rostro de ambos, qué, ántes de retratarlos, debo hacer con ellos lo que hacen los fotógrafos con los que suben á retratarse en sus gabinetes colocados á ciento y tantos escalones sobre el nivel del suelo dejar que descansen y se serenen.

Pepilla y Miguel, con cuyos nombres se saludaron al verse, tomaron juntos hácia el molino, entretenidos en la siguiente conversacion:

—Pepilla, temí que no bajáras hoy al molino.

—Yo tambien venía diciendo: «¡Jesus, qué rabia si hoy no baja Miguel!»

—Madre ha ido á ver si le muelen hoy el trigo, que es poco, en el molino de Arenaza, y me ha dicho: «Pues tienes tú que bajar al Arenao, á ver si entre tanto te muelen allí la borona, que es mucha, porque mañana es sábado y tenemos que amasar.»

—Pues haz cuenta que lo mismo pasa por allá. Madre ha bajado conmigo al Pendiz, donde se queda á ver si con una buena represa le muelen allí el trigo, que es mucho, y me ha enviado á mí al Arenao, á ver si me muelen aquí la borona, que es poca.

—Anda, ya se conoce que por el Castañar sois más ricos que por Garaisolo.

—¡Sí, más ricos! Ahora amasamos todas las semanas media fanega de trigo y una emina de borona, pero es porque Santiaguillo ha empezado ya á enviarnos dinero de Buenos Aires. Desde que Santiaguillo se fué por ahí afuera, hasta que empezó á mandarnos dinero, borona sola amasábamos, que padre tuvo que dar más de cien ducados para el viaje de Santiaguillo, y nos quedamos más pobres!...

—Más fortuna ha tenido Santiaguillo que mi hermano Mateo.

—¿Tambien tienes tú un hermano en las Indias?

—Sí que le tengo.

¿Y no os envia nada?

—¡Qué nos ha de enviar el pobre, si tiene más mala fortuna!...

—Pues Santiaguillo ya nos ha enviado á nosotros cuatro onzas de oro, y dice en la carta que si Dios le da suerte, mucho más nos ha de enviar.

—¡Anda, cuatro onzas!

—Ha ido padre á Bilbao, y sin más que enseñar un papel largo y azul con unos santos muy bonitos pintados, que venía en la carta, se las han dado. ¡Más hermosas son!... Amarillas, amarillas y relucientes, y tienen un sonido que da gusto el oirle.

—Bien las guardará tu padre, porque dicen que las onzas de oro son muy ariscas.

—Yo le dije eso cuando nos las enseñó, y padre y madre se echaron á reir llamándome boba. ¿Y por qué se reirian y me llamarian así, si así lo he oido yo decir?

—Porque eres una inocente.

—¡Sí, inocente!

—Y tres más que lo eres. De las onzas de oro se dice que son muy ariscas, porque cuesta mucho el ganarlas y poco el gastarlas, que es tanto como decir que son ariscas para dejarse coger y para escaparse. —¡Ah! ya lo entiendo. ¡Madre! ¡Cuánto más que yo sabes tú!

—Porque soy más viejo.

—Y tienes más picardías.

—Es verdad.

Conversando así, llegaron Miguel y Pepilla al molino. Unas cuantas mujeres reian y charlaban en la portalada, sentadas en las piedras viejas de moler, que servian de asientos, bajo un gran roble bravío, que en mi niñez era el asombro de las gentes que pasaban por allí, y cortado para árbol mayor de no sé qué ferrería, vi arrastrar su tronco por más de veinte parejas de bueyes.

En la salita del molino, ocupada en parte por las dos muelas y las dos tolvas que, por supuesto, estaban en plena actividad derramando cebera convertida en harina caliente y aromática, cada cual á su harinero, habia una hilera de zurrones de diferentes tamaños esperando vez, es decir, colocados por el órden en que habian de ir á la tolva, que era el órden en que habian llegado.

Miguel y Pepilla procedieron á colocar los suyos donde les correspondia.

—Al tuyo le toca ántes que al mio-—dijo Miguel.

—¡Qué engañoso!—contestó Pepilla.—Si hemos llegado juntos.

—Las mujeres siempre llegan ántes que los hombres.

—Pero casi siempre se quedan las últimas-replicó la molinera, que estaba envasando harina.

Pepilla no entendió lo que la molinera queria decir; pero sí lo que decia Miguel, puesto que sonrió á éste con agradecimiento, y colocó su zurron el primero.

Los dos niños, pues de tales debo calificarlos, no tanto por su edad como por su inocencia, salieron á la portalada y se sentaron uno al lado del otro, en una media piedra molar, que era el único asiento que quedaba libre.

Ya se habian serenado lo suficiente para que, si la portalada hubiese sido el gabinete de un fotógrafo, éste les hubiese enderezado el objetivo, encargándoles que no se movieran.

Pepilla era una niña muy graciosa, con ojos azules, cútis blanco y sonrosado, y cabello como el oro. El candor que hemos podido notar en sus palabras armonizaba con el candor de su fisonomía.

En cuanto á Miguel, era tipo muy distinto su cara era trigueña; su cabello, castaño; sus ojos, grandes, negros y vivos, y sus facciones, aunque enérgicas y expresivas, algo irregulares. Lo espacioso de su frente Ꭹ el desarrollo de su cabeza indicaban que ésta no se habia hecho para pensamientos ruines. Dios, como arquitecto divino, no se parece á los arquitectos humanos, que suelen hacer jaulas muy grandes para pájaros muy pequeños.

La curiosidad es la pasion que más domina hasta que tocamos las rosadas puertas de la adolescencia, porque como entónces sólo entrevemos, es natural que deseemos ver.

Las mujeres, sentadas á la sombra del roble, hablaban mucho, y Pepilla y Miguel escuchaban como unos bobillos, particularmente la niña, que acababa de despachar una pera de donguindo, que Miguel le habia regalado, llevando el obsequio hasta mondársela con un cortaplumas.

Una mujer, jóven aún y bien parecida, entró en el molino y saludó muy alterada.

—Mujer, ¿qué es eso, que tan sofocada vienes?

Madre! Qué desvergonzado es ese D. Roque el del Regato! ¡Con razon le llaman Alma-negra!

—¿Pues que te ha pasado con él, mujer?

—Que me ha encontrado y me ha sacado los colores á la cara...

Siempre habrá sido diciéndote cosas de enano rados.

—¡Madre! ¿Cosas de enamorados le llama V. á indecencias como las que me ha dicho?

—Mujer, cuéntanos algo de lo que ha sido, que aquí unas somos casadas, otras viudas, y las demas no estudian para monjas.

—Oye tú, Miguelillo, véte por ahí á enredar con la rojilla esa, que los chiquitos no deben oir la conversacion de las personas mayores.

Miguel y Pepilla se pusieron colorados, tomando, con razon, por reprimenda el consejo que se les daba, y se encaminaron juntos hácia el puente viejo, no sin oir decir á las mujeres que Miguelillo medraba sin vergüenza, y la rojilla iba espigando como si no quisiera quedar detras de él.

Yo no sé qué clase de prestigio tenía el puente para Miguel y Pepilla, si era el de monumento arqueológico ó artístico, ó era el de piedra de toque de la natacion; pero lo cierto es que hácia él se dirigieron sin vacilar los dos muchachos, asidos cariñosamente de la mano, conversando con la picardía que vamos á ver:

—¡Jesus-decia Pepilla haciendo un delicioso mohin.-¡Qué coraje da que no la dejen á una oir lo que hablan, con pretexto de que es una chiquita! ¡Sí, chiquita!

—Pues sí que lo eres.

—Mira como te llego con la cabeza al hombro.

—Eso verdad es.

—¿Y no has oido que decian cuando partiamos de la portalada que tú estabas ya muy alto?

—Sí que lo he oido.

Pues entónces te cogí, que yo sé una canta que dice:


Marido y mujer hacen
Buena pareja
Si al hombro del marido
La mujer llega.


—Ya, pero como tú no eres mujer mia...

—De chanza sí que lo soy. ¿Y qué será lo que están contando de D. Roque?

—Yo no sé; pero ello ha de ser cosa mala.

—Han dicho que sería cosa de enamorados. ¿Y qué es eso, Miguel?

—Enamorados deben ser... así á modo de novios.

Ser novios ya sé lo que es; pero no es malo.

—¿A que no lo sabes?

—¡Sí, no que no! No te acuerdas de aquel dia que fuí con mi padre á ver al tuyo, y padre te dijo: «Miguelillo, aquí tienes á tu novia?»

—De eso sí me acuerdo; pero lo dijo en chanza.

—¡Sí, en chanza! Tú serás como la mi madre que le digo al llegar á casa: «Señora madre, yo soy novia de Miguel», y me contesta riendo: «Aun sois muy chiquitos para quereros.»

Chiquitos somos, pero para querernos no importa.

—Yo á tí, sí te quiero.

—Yo á tí no-dijo Miguel sonriendo.

Pepilla hizo un pucherito poniéndose muy séria. Miguel ciñó con el brazo su cabecita, acercándola á su pecho, y la niña sonrió de alegría.

En esto llegaron al puente, y se asomaron de pechos al pretil. El pretil era demasiado alto para que alcanzára á asomarse Pepilla; persirenía un rebajo hecho por los muchachos, que, asomados allí, arrancaban piedras para tirarlas al agua, y aquel rebajo les vino de molde para asomarse, aunque era tan estrecho, que en cuanto cabian en él muy pegaditos los cuerpos de ambos.

Aquella cabecita rubia, á la vez inocente y pensadora, no estaba ociosa viendo al riachuelo de Labaluga incorporarse al caudaloso que tenía sus orígenes en Arcentales y Galdames.

—¡Qué contento irá el rio de Labaluga desde que se junta con el otro! —exclamó Pepilla.

—¿Por qué?

—Porque hasta juntarse con el otro, casi no valia nada, porque molia muy poco y le enturbiaban ganado y gente á cada instante pasando por él. Ahora, anda, que le pongan rodetes de molino y verán si los mueve, y que se metan á trotar en él, y verán si lo consiente.

—Tienes razon. ¿No sabes tú la canta que compara á las mujeres y á los hombres con los arroyos y los rios?

—No, y eso que sé muchas. A ver, Miguelillo, enséñamela.

—Pues la canta dice:


Como el arroyo y el rio
Se juntan y van al mar,
Así la mujer y el hombre
Se juntan y al cielo van.


—¡Ay qué canta tan bonita! Tú y yo irémos tambien al cielo juntos, ¿no es verdad, Miguelillo?

¡Dios lo quiera, Pepilla!

Y al decir esto, los ojos se le humedecieron á Miguel, y sintió como un deseo misterioso é irresistible de atraer hácia su pecho la cabecita rubia y sonrosada de la niña.

Miguel ya penetraba con algo más claridad que Pepilla en las tinieblas y misterios de la vida en que ambos daban los primeros pasos; pero áun así, no se daba razon clara y concreta de muchas cosas, tales como el encanto que para él tenía aquella inocente niña, y el temor que le causaba la idea de no seguir la jornada de la vida con ella.

Despues de contemplar el rio puente abajo, quisieron contemplarle puente arriba, y al efecto se asomaron al pretil de la otra banda, donde buscaron otro rebajo, no sé si para ver mejor ó para estar más juntos.

—¡Ay qué miedo!—exclamó la niña como acogiéndose á la proteccion de Miguel, al ver el agua, que puente arriba era muy sombría, tanto por su profundidad, como por quitar la luz los ribazos y el ramaje de las alisas laterales.

Con el movimiento que hizo Pepilla, una piedrecita se desprendió del pretil, y dando en las hiedras que revestian el arco del puente, derribó al agua un nido de pájaros tan perfectamente hecho, que quedó flotando boca arriba sin que el agua penetrára en él.

—¡Qué lástima de nido!-exclamó Miguel con verdadera afliccion al ver que el nido caia.

—Anda, que como es viejo nada importa.

—¿Pues no ha de importar, Pepilla? Cuando venga la primavera, vendrán á criar en él los pajaritos que le hicieron con tanto trabajo, y ya ves qué tristes se pondrán cuando no le encuentren! Figúrate tú que los tus padres contigo y tus hermanos se fuesen de casa una temporada, y al volver encontráran derribada la casa. —i Toma! eso es muy diferente.

—No, que es lo mismo.

—¡Anda, engañoso! ¿Qué tienen que ver los pájaros con los casados?

—Tienen que ver mucho; porque los pájaros, como casados son. Verás lo que yo observé la primavera pasada viniendo por aquí. Dos pájaros, que debian ser pájaro y pájara, venian cada uno con una hierbecita ó un poco de barro en el pico, é iban colocando muy bien entre la hiedras lo que traian, y cuando por casualidad se encontraban, ¡si vieras qué fiestas se hacian!

—Entónces será que los pájaros se quieren como las personas.

—¡Pues no se han de querer!

—¡Mira tú, y tan chiquititos como son! Mas grandes somos nosotros, y la mi madre decia que éramos chiquitos para querernos. ¿Y luégo qué hicieron el pájaro y la pájara?

—Otro dia, cuando volví, la pájara estaba guardando los huevos en el nido, y el pájaro vino trayéndole en el pico una cereza para que comiera...

—Anda, como el mi padre cuando va con vena (1), que en Balmaseda compra algo y nos lo trae.

(1) A llevar vena de hierro á las ferrerías del valle de Mena.

—Despues que le dió á la pájara la cereza, se hicieron los dos muchas fiestecillas, y el pájaro se fué volando, volando... más contento! Volví otro dia, y el pájaro y la pájara ya tenian pajaritos que levantaban las cabecitas y abrian el pico llamando á los padres...

—Haz cuenta que como nosotros, cuando los nuestros vienen de la villa y salimos á su encuentro llamándoles y preguntándoles qué nos traen.

—Los padres venian de cuándo en cuándo con comida en el pico, y se la daban y los acariciaban, y luego iban á buscar más.

—Y los pajaritos, ¿qué hacian luégo?

—Ahora verás tú. Volví otro dia, y ya ni padres ni hijos estaban en el nido; pero noté que piaban pajaritos en las alisas del otro lado, y vi que eran ellos.

—¿Y cómo los conociste?

—Los conocí por sus padres, que andaban con ellos sin duda enseñándoles á volar.

—¡Qué cosa, Miguel! ¡Lo mismo, lo mismo en todo que si fuesen personas! Ya ves tú, se quieren, hacen casa, se acarician, tienen hijos, les dan de comer, los enseñan... Lo mismo, lo mismo que las personas. Y de los hijos ¿qué habrá sido?

—Se habrán ido por ahí á ganarse la vida.

—Como mi hermano Santiaguillo. Entónces, en los nidos de los pájaros pasa lo mismo que en nuestras casas.

—¿No te he dicho, tonta, que los pájaros se parecen á los casados?

—Es verdad que se parecen.

—¡No estais vosotros malos pájaros!-exclamó como preliminar de una ruidosa carcajada la vozarrona de don Roque del Regato, que se habia parado á escuchar la inocente conversacion de los niños, al otro lado del puente.

El arco de éste es un poco alto; de modo que desde el declive de un lado no se descubre el declive del otro. Como Miguel y Pepilla charlaban asomados al pretil casi sobre el estribo del lado del Arenao, no vieron llegar á don Roque, ni sintieron las pisadas del caballo que traia de la rienda, viniendo del llano de Ballibian, donde el camino en verano era todo una polvera, sin piedra alguna, hasta el repecho del puente.

Miguel y Pepilla se sobresaltaron y avergonzaron al oir á D. Roque, porque hasta el que nos oigan rezar nos avergüenza cuando creemos que no nos oia nadie y nos encontramos con que nos oian.

Pepilla no conocia á D. Roque, pero Miguel sí le conocia, porque subiendo por el ganado hasta Escachabelza le habia visto divertirse viendo cómo las águilas se llevan los corderos y los cabritos, y los muchachos del Regato, con quien Miguel solia juntarse allí, le habian contado horrores de D. Roque, á quien llamaban Almanegra.

Don Roque asomó por lo alto del puente, con el brazo metido en la brida del caballo.

—¡Hola, muchacho! ¿Conque esa rojilla es tu novia? — preguntó á Miguel.

Miguel bajó la cabeza avergonzado y no contestó.

—Muchacho, ¿te has dejado la lengua en casa?

Miguel se puso encendido, no de vergüenza, sino de rabia por el tono con que D. Roque le preguntaba.

—¿De quién eres, rojilla?—añadió D. Roque dirigiéndose á la niña con una sonrisa que ésta creyó benévola, pues se apresuró á contestarle:

—De Antonio el del Castañar.

—Cuando tengas siquiera un par de años más, tengo que decirle á tu padre que te ponga á servir en mi casa.

—Ésta no necesita ponerse á servir en casa de V. ni en la de nadie—replicó, por fin, Miguel, no pudiendo ya resistir el enojo que la conversacion de D. Roque le causaba.

—¡Hola! ¿Ya has recobrado la lengua? Anda con cuidado, muchacho, que puede que yo te la corte.

Pepilla se asustó del tono y del airado semblante con que D. Roque hablaba y miraba á Miguel, y exclamó queriendo escapar:

—Miguel, vámonos que este señor es malo.

Espera que yo te pille—dijo D. Roque haciendo un rápido movimiento como para cogerla.

El caballo alzó con tal violencia la cabeza, al sentir el tiron de la rienda, que inclinó hácia atras á D. Roque, y resbalando éste con motivo de aquella inclinacion y la del terreno, cayó de espaldas cuan largo era, prorumpiendo en blasfemias y sucias interjecciones.

Las riendas del caballo, que eran de correas fuertes, se habian corrido al sobaco de D. Roque, y como éste no pudiese desembarazarse de ellas, porque al caer se habia lastimado el brazo lo bastante para que apénas pudiera moverle, se hallaba en inminente peligro de que el caballo le arrastrase ántes de que consiguiese levantarse.

Miguel comprendió este peligro al ver que un nuevo tiron del caballo arrancó una nueva blasfemia á D. Roque, y empezó á arrastrarle ; y sacando rápidamente del bolsillo el cortaplumas, cortó las riendas, con lo que el caballo retrocedió, saliendo á escape hácia el llano de Ballibian.

Pepilla, aturdida y asustada, habia corrido, no hácia el molino, sino hacia el lado opuesto, como si por instinto fuese á pedir amparo á su madre, que estaba hácia aquel lado, y Miguel, una vez libre de todo peligro don Roque, no pensó más que en correr tras ella para tranquilizarla.

Ambos se detuvieron en la calzada, más arriba de la venta, donde empieza la subida del Cobijon, y desde allí vieron á D. Roque levantarse, cerciorarse de si conservaba en el bolsillo interior del chaqueton el gato, é ir renqueando hacia el llano de Ballibian.

Por lo visto, el caballo se habia detenido cerca, pues D. Roque, casi inmediatamente que desapareció en el robledal, volvió á aparecer trayéndole de la rienda.

Pasado el puente, entre el rio y el cerro, hay una senda que sube rio arriba por frente del molino del Arenao, con direccion á Galdames.

Por allí tomó D. Roque á pié, y por allí hubiera tomado ántes á no hacerle torcer camino la curiosidad y la malevolencia.

Conforme tomaba la orilla del rio vió á los pobres muchachos, todavía no libres del susto que les habia causado su brutalidad, dirigiéndose hácia el molino, y saludó á Miguel blandiendo la mano abierta en señal de amenaza.

El de alma negra amenazaba al de alma blanca. ¡Ay, tan antiguo es ya esto, que data de los tiempos de Caín y Abel!

VI.

La ferrería y el molino de Ballibian, que habian gustado mucho á D. Roque, á juzgar por el buen humor con que venía de verlos cuando, como cae el asqueroso limaco en la perfumada y purísima rosa, cayó en el inocente y hermoso idilio infantil del puente del Arenao, no fueron para él, porque D. Roque andaba á caza de gangas, y los Salazares de los Ribas no quisieron proporcionarle aquella á que apuntaba.

Los rumores de próximas quiebras de algunas casas de comercio de Bilbao continuaban, y entónces D. Roque determinó recoger el capital que tenía en una de la misma villa, para esconderle siete estados bajo de tierra, mientras no se le ofrecia ocasion de darle empleo lucrativo y seguro, como el que habia esperado darle comprando la ferrería y el molino de Ballibian.

Era una tarde del invierno inmediato, que se habia anticipado con una nevada de las mayores que se conocian en el litoral cantábrico, donde apénas cuaja la nieve, como no sea en las alturas. Si la crudeza del tiempo tenía contristados á los vecinos del Regato porque sus ganados, y particularmente las ovejas y cabras, rabiaban de hambre, no pudiendo pastar más que en el fondo del estrecho valle, puesto que los montes estaban hacía algunas semanas cubiertos de nieve, á D. Roque le tenía aquella crudeza muy contento, porque, como las águilas no encontraban presa en las alturas, se cernian contínuamente sobre el valle en acecho de ella, y D. Roque se divertia grandemente todos los dias, viendo cómo arrebataban en sus garras todo corderillo, cabrito, perrillo ó gatito, que al efecto colocaba en los poyos de mampostería de la puerta de su casa.

Don Roque, montado en su caballo y provisto de su escopeta, iba de Bilbao, vallecito arriba. No dejaba de llamar la atencion de los vecinos que le veian pasar que llevase la escopeta, y ademas asomase la culata de una pistola en cada una de las pistoleras de la silla, pues nunca tomaba aquellas precauciones cuando iba á Bilbao, que apénas distaba dos leguas de su casa, por camino contínuamente poblado.

Algo que pesaba mucho debia traer de Bilbao Almanegra, pues mientras con una mano regía la rienda del caballo, con la otra aguantaba el peso de una de las solapas de la zamarra.

Al llegar á la puerta de su casa, se apeó del caballo, y sacando del bolson interior de la zamarra el consabido gato, que entónces aparecia más inflado y pesado que nunca, le colocó sobre uno de los poyos, mientras aflojaba la cincha del caballo, desenganchaba la escopeta y recogia las pistolas, cuya operacion esperaba la criada en el portal, para llevar el caballo á la cuadra.

De repente, oyó D. Roque á su espalda un ruido que, á pesar de ser extraño para otros, no lo era para él, y dando un grito de espanto, se volvió hácia el poyo donde habia puesto el gato.

El gato no estaba ya en el poyo y sí entre las garras de una águila enorme, que se remontaba con él por el espacio!!

Don Roque, en el colmo del espanto, tomó apresuradamente la escopeta, apuntó al águila y disparó; pero el águila continuó remontándose con su presa, indudablemente sin que le hubiera tocado la bala.

El contenido del gato, en onzas de oro y en documentos pagaderos al portador, constituia todo el capital que quedaba á D. Roque.

Este, desesperado, loco, furioso, blasfemando y renegando de todo lo divino y lo humano, tomó la escopeta y se dirigió hácia la montaña donde con preferencia solian posarse las águilas, y donde tantas veces se habia divertido brutalmente viéndolas arrebatar los corderillos expuestos por él á su rapacidad y voracidad sobre la peña blanca, á cuyo pié las inocentes ovejas los llamaban dolorida é inútilmente.

La noche cerró, y pasaron horas y horas; amaneció, y D. Roque no habia vuelto. Algunos vecinos de Tellitu creyeron haberle distinguido sobre la peña blanca, á la claridad que destellaba la nieve que cubria la montaña.

Los mismos vecinos, movidos de compasion, á pesar de que habia hecho tan poco por merecerla, subieron al monte en su busca, creyendo que habria caido en el camino aterido de frio. Por largo rato reconocieron sus pisadas en la nieve helada y dura, y por último, notaron que, descendiendo á la hoyada de Escachabelza, se dirigian al borde de la sima, y allí desaparecian.

Cuando estaban pensando si se habria precipitado á aquel abismo, vieron venir á un vecino de Urállaga, que atravesaba el monte para descender al Regato, y habiéndole salido al encuentro y preguntádole qué habia de nuevo por Urállaga, les contestó que habia una gran novedad: la de haber corrido aquella mañana de color de sangre el torrente de la cueva de la Magdalena.

Ya no quedaba duda de que Alma-negra, desesperado de no dar con el tesoro que le habia arrebatado el águila, se habia precipitado voluntariamente en aquella profunda sima y héchose pedazos en su fondo!

Habia por aquel tiempo en Escáuriza, barrio principal del Regato, un cura muy bueno y muy aficionado á la caza, que tenía la obligacion de decir misa en la ayuda de parroquia de San Roque, situada en el mismo barrio.

Un dia, despues de andar de caza en el monte, fué recorriendo las casas de los vecinos á quienes Alma-negra habia arruinado con pleitos, y repartió entre ellos gran cantidad de onzas de oro, diciéndoles que era un encargo que se le habia hecho bajo secreto de confe sion.

Todo esto es misterioso, oscuro y casi inverosímil; pero es lo más claro y verídico que yo he podido averiguar de aquel Alma-negra de quien mi madre hablaba, señalándome hacia la tenebrosa caverna de la Magdalena de Urállaga, cuando corria mi dichosa y crédula infancia en las estribaciones de las montañas del Oeste.